ATAQUE DE PÁNICO
(crisis de angustia) II
Como decíamos ayer…
Síntoma y enfermedad no son lo mismo. Algo elemental en la clínica psicoanalítica cuyo axioma fundamental dice: Todo síntoma posee un sentido y este está enlazado a la vida psíquica. Así finalizamos el escrito anterior de la pasada edición de marzo.
Si recuerdan, habíamos comenzado definiendo qué es un ataque de pánico según los manuales vigentes tanto del DSM-V como del CIE-11.
Brevemente: la aparición súbita de miedo o malestar inten-so que no están limitadas a ninguna situación o conjunto de circunstancias particulares.
Describiendo a continuación un listado de 13 síntomas de los cuales bastaría con que usted tuviese 4 de ellos para poder diagnosticarle este trastorno o padecer del alma. Sin olvidar el carácter de imprevisibilidad de los mismos y que en apenas unos minutos la persona afectada puede llegar a sentir un miedo intenso y muy desagradable a perder el control o “volverse loco” e incluso a morir.
Sin ambages
Entre frases sacadas de un caso clínico de una de mis pacientes debidamente compuestaspara la ocasión, a fin de mantener la confidencialidad, independientemente de que ella me autorizase a publicarlo-, con la intención de ilustrar este angustioso cuadro, puntualicé lo siguiente sin ningún tipo de ambages: que ni en los fármacos ni en la buena voluntad por parte de la intervención del terapeuta se hallaba la solución del caso. ¿Por qué? Porque tanto la farmacoterapia como la estrategias de las terapias cognitivo-conductuales-estas últimas con el objetivo de modifcar el modo de interpretación y valoración subjetiva que el afectado hace de este cuadro sintomático- al ignorar la causa que provoca el ataquede pánico a lo único que se limitan es a paliar sus efectos, enel mejor de los casos. Dejando intacta la fuente que origina este trastorno, o sea, la posición psíquica del paciente quedetermina la estructura psicopatológica que padece.
Volviendo la vista atrás “Creía que me moría” –dijo Lucía, refriéndose a esa angustiosa experiencia- “Nunca había sentido nada igual. Es algo horrible. El corazón me latía a mil por hora, parecía que se iba a salir del pecho. Comencé a marearme y sentir náuseas. Un sudor frío recorrió todo mi cuerpo.me senté para no des-mayarme. Pensé que me estaba dando un infarto, que había llegado el final…”“Lo que más me preocupa es que pueda volver en cualquier momento – prosiguió mientras se enjugaba sus lágrimas -.Estoy asustada. Nunca me ha sucedido nada igual.me siento impotente, tan limitada… No sé por qué me pasa esto”, rompió a llorar.
“Ya lo he probado todo” – dijo Lucía apesadumbrada tumbándose en el diván- . “Ansiolíticos, técnicas de relajación, yoga, meditación…, y cuantos autorregistros y tareas me mandó la psicóloga. ¿Y de qué me han servido? Estoy igual. Peor diría yo. Antes tenía esperanza. Ahora ya no se ni a qué santo tengo que encomendarme. (Silencio) ¿No me estaré volviendo majara verdad? (Silencio) ¿Esto tiene cura?”
“Todo síntoma posee un sentido y este está enlazado a la vida psíquica”
¿Esto tiene cura?
No entraremos en la cuestión conceptual de qué entendemos por “curar” – toda vez que en diferentes ocasiones ya hemos establecido como un axioma de la clínica psicoanalítica que síntoma no es sinónimo de enfermedad, tal y como en el año1916 Freud lo dejará bien establecido en su textode cultoTeoría general de las neurosis, advirtiendo que aunque estos desaparezcan no significa en modo alguno que se hayan producido cambios en la estructura que los determinan, dejandopor consiguiente intacta la posibilidad de que se repitan o desplacen en otros-. Será más provecho y sin duda ilustrativoentrar directamente en el análisis de este caso. Comencemos por avanzar algunos datos de su historia personal. Lucía es una joven mujer de 32 años. De profesión liberal.Deportista. Amante del cine y afcionada a la música. Soltera.
Un día, conduciendo por la autopista de regreso a casa del trabajo, comenzó a sentirse insegura. De repente un temorse apoderó inmediatamente de ella y tuvo que sujetarse con fuerza al volante mientras temblaba al comprobar como “loscarriles se estiraban y hacían interminables y amenazantes”.
Se asustó mucho y con gran esfuerzo tomó la salida más próxima y paró en una rotonda. Abrió las ventanillas del coche y se tumbó en el asiento trasero con las piernas levantadas.
Pensando que así no perdería el conocimiento, puesto que todo comenzaba a darle vueltas y se estaba mareando. Des-de entonces, y hasta hace muy poco, fue incapaz de volver a conducir. Su madre, con la que vivía, se encargaba de llevarla y recogerla a su puesto de trabajo, que se encontraba en un pueblo de la isla alejado de Palma, donde ambas tenían su residencia.
Este suceso le ocurrió en la primavera de 2017. Un año antes había conocido a un hombre diez años mayor que ella con el que inició una relación sentimental “seria” a los pocos meses.
El señor era un empresario madrileño que vivía en la isla des-de hacia varios años. Poco antes de la Semana Santa de 2017le ocurre un importante imprevisto laboral y se ve en la necesidad de volver a Madrid para hacerse cargo personalmente de sus negocios. Por tal motivo, le pide a Lucía que se vayan a vivir juntos y que fijen allí su hogar. A Lucía le gustaba la calidad de vida que él le ofrecía debido a su estatus económico y social pero no estaba en sus planes hacer ese movimiento puesto que ni siquiera se había decidido aún a dejar la casa de su madre e irse a vivir definitivamente con él a su piso en Palma. Lo cual les había traído alguna que otra discusión.
No te cortes Lucía acude por vez primera a mi consulta a finales de otoño de ese año 2017. Por aquel entonces él ya se había instala-do en su casa de Madrid e iba y venía a Palma a pasar los fines de semana con Lucía. Lucía seguía viviendo en casa de su madre a pesar de que él le había ofrecido alojarse en su piso de Mallorca para tener más independencia e intimidad mientras se trasladaban definitivamente a Madrid cuando se mejorase. Cosa que no llegaría a ocurrir. Vayamos por pasos.
En una sesión Lucía me habla de Erika, la protagonista de La pianista. “No se como Isabelle Huppert no se corta a la horade hacer ese papel”, comenta sorprendida después que se hubiese asegurado de que yo había visto la película. En las siguientes sesiones me cuenta algo que dice la “atormentaba desde aquel fatídico día”: “¿Recuerdas esa escena dónde ella está en la bañera y se lastima en sus partes íntimas? Pues me viene una y otra vez a la cabeza y me provoca un miedo terrible.”Lucía, a pesar de lo impactante de esa visión en la que Erika se provocaba pequeños cortes mientras veía correr un hilo desangre por sus piernas, manifestó que esa visión no le provocaba “repugnancia ni asco en sí misma”. Le desagradaba mucho más ver como “ella se degradaba como mujer ante la visión de otros hombres en el sexshop”, y también la manera con se humillaba ante Walter, su alumno al que “le pide quela someta a todo tipo de vejaciones”. Pero lo que realmente la perturbaba eran los pensamientos que acudían a su mentea raíz de haber visto esa escena con la cuchilla en el cuarto de baño. “Una y otra vez me veo haciéndome un tajo en la parte anterior del muslo, seccionándome el femoral. Un corte limpio con un cuchillo afIlado de cocina que al que mi madre le tienen un cariño especial… ¿Estoy muy mal, ¿verdad? Si crees que necesito que me ingresen, me lo dices, no te cortes”.
Lucía dejó de ver películas. Primero censurando aquellas en las que sospechaba que pudiesen haber escenas violentas que la llevasen, por asociación, a imaginarse sesgándose “esa arteria vital”. Y posteriormente a todas “porque de repente y cuando menos te lo esperas te asalta algo que te deja tocada”. No ver películas no fue el único “sacrificio que al quela angustia la condujo”. Su prohibición también se extendió a la música. “Cualquier letra podía hacerme conectar con el mal rollo… además, muchos músicos han terminado fatal y sus historias trágicas no me ayudan a superar lo mío…, comoso y tan sensible…”
Me da corte
Lucía tenía muy claro que ella no quería suicidarse. Lo que la apesadumbraba era “cortarse”, la repetición contra su voluntad de esas “escenas retorcidas y escabrosas que rozan lo inmoral”. Era el acto en sí de corte lo que insistía a modo de signifcante. Unas líneas más adelante analizaremos lo que esto signifIca.
El cuadro clínico por tanto, se va incubando del siguiente modo. Conoce a un señor con el que se compromete, a su manera, es decir, “de novios como los de antes, cada uno en su casa hasta ver cómo va y qué pasa, pero pernoctando algunas veces juntos porque los tiempos han cambiado”. En un momento donde “la relación avanza a un buen ritmo”, él le pide que se vayan a vivir juntos “fuera de su tierra y los suyos” debido a las circunstancia imprevistas comentadas.
Ese es el desencadenante que provoca la aparición del síntoma, sorprendiendo a Lucía en plena autopista mediante dicho ataque de pánico. viéndose “obligada a salir de su trayectoria y reducir brusca-mente la velocidad con la que iba para parase a tomar aire”. A partir de ahí comienzan también los “pensamientos asesinos”, que ella los distingue muy bien dela idea de quitarse la vida. “Es como si me recreara en ese morbo”, llegará a decir.
El desenlace
Lamentablemente las restricciones cada vez fueron haciéndose mayor y, con ellas, también su dependencia. Empezó por no conducir, luego a dejar sus afIciones y fInalmente ano salir de (“su”) casa de su madre sin que ésta la acompañase prácticamente a cualquier lugar. A principios de 2018,Pablo -llamémosles así a su novio- le da “un ultimátum”: le pide matrimonio, que haga las maletas y se vaya a vivir con él ya a madrid, donde cuidará mejor de ella y podrán prepa-rar con tiempo la boda. “Yo no estoy para casarme en estas condiciones, y mucho menos para que nadie me imponga loque se le antoje de un día para otro. Si me quiere, que tenga paciencia y aguante”.
Pablo “terminó por cansarse” de esperarla. Unos meses después “rompe” con ella. Por aquel entonces Lucía fue diagnosticada de agorafobia por los servicios de Atención Primaria. Su madre la acompañaba a la consulta y se quedaba en la sala de espera aguardando a que acabase la sesión. Unas semanas después, como era de esperar, Lucía interrumpe el tratamiento, despidiéndose a través de un lacónico mensa-je de whatsapp: “no veo resultados y de momento dejaré devenir”.
2020. Confinamiento decretado por el Estado de Alarma. Enel mes de mayo vuelvo a tener noticias de ella. De nuevo por un mensaje de Whatsapp: “José, estoy un poco agobiada. ¿Podríamos tener una consulta por Skype?”
– Analizante: Hola. Cuánto tiempo.
– Psicoanalista: ¿Cómo te encuentras, Lucía?
– Analizante: No muy bien. Han pasado cosas (silencio, miran-do de frente con la vista perdida) ¿Dónde lo dejamos?
– Psicoanalista: Preparando una frase que no parecías estar dispuesta a escuchar.
– Analizante: ¿Cuál?
– Psicoanalista: La que le dijo Walter a Erika al final de la película.
– Analizante: No la recuerdo…
– Psicoanalista: ¿Te gustaría rebobinar?-
Analizante: me encuentro fatal… (sollozando) Sí…
– Psicoanalista: «Sacrificas el amor por estar con mamá»
Lucía había acudido varias veces durante los últimas meses a los servicios de urgencia por nuevos ataques de pánico. Comentó que durante el tiempo trascurrido desde que dejó las sesiones “no le había vuelto a pegar ninguna vez. Ni tampoco había tenido ese suplicio de los pensamientos de cortes”. Preguntada por su situación actual me comentó que había conocido a “un chico”. Ella misma reconoció que había una conexión entre éstos: los ataques de angustia, y aquellos: los hombres con los que comenzaba a salir “en serio”.
Septiembre 2020. Lucía ha dejado de tener ataques de pánico. Los pensamientos de corte continúan, si bien de forma esporádica y cuando aparecen lo hacen son mucho más atenuados y poco duraderos. Ella es consciente de su sentido. Sabe que es una metáfora. Un desplazamiento de significado. Padece de trastornos de la ansiedad. A veces son importan-tes, pero trata de continuar con la rutina y los que haceres de su vida cotidiana, tal y como hemos acordado. Ha vuelto a conducir. Pero siempre va acompañada. La mayoría delas veces por Carlos, su nuevo novio. Ella no quiere perderlo, repitiendo la misma historia que con Pablo. Ni tampoco mal-tratarse como Erika, “desviado impúdicamente su dolor hacia destinos infames”. Bien sea cortarse con una cuchilla, con un cuchillo, con el instrumento que fuere que la dañe en esta o aquella parte del cuerpo. O pidiendo que la degraden dela manera que sea, por ejemplo etiquetándola de “enferma”. Lucía es hija única. Su padre falleció en su adolescencia. Seda perfectamente cuenta de que su madre no la dejará partir fácilmente. Así como también de que no será sencillo des-prenderse de la la culpa que la agobia, en parte por lo que su madre la hace sentir: que la abandonaría si ella se marcha y la deja sola en casa. Pero el amor es el amor. Y en esa lucha interna está. Esforzándose por cortar el lazo umbilical invisible que la asfixiaba. Donde, paradójicamente, la angustia era su mejor y más fiel aliado: señal de lo que no engaña, en el decir de Lacan.
Cuando ella pueda dejar de completar imaginariamente al Otro, dejará de cortase. Cortarse en un doble sentido. No cortarse más las alas para volar como un ser humano autónomo y libre que es. Que somos todos…, en potencia, en el fondo. Entonces, no tendrá sentido hacerse mal visualizando que se daña a base de tajos. Entonces, y solo entonces, las inhibiciones, los síntomas y esa insoportable angustia que tanto la afligía e incapacitaba dejarán de estar presentes en su vida. Ya no tendrán sentido. La angustia nos zarandea de la peor o mejor manera, según como queramos entenderla. Tal vez es la última batalla por la subjetividad. Por eso es una movida fuerte. Nuestra independencia está en juego. Ser fieles a nuestro deseo implica separase del deseo del Otro. Y en ello estamos. Elaborando…
*Los entrecomillados están sacados del discurso de Lucía
Del libro “Hay otra manera de vivir”
“Ser fieles a nuestro deseo implica separase del deseo del Otro”