En psicoanálisis dirigimos la cura, que no es igual que dirigir al paciente. Dirigir al paciente es hacerse con el significante amo, con la verdad de lo que le ocurre a las personas, su sufrimiento y su destino. En psicoanálisis apuntamos a la verdad más íntima del sujeto, a su Deseo, porque para nosotros el discurso desde el que habla el paciente constituye una realidad psíquica particular, que es la que puede ocasionar la enfermedad. Entonces es inconcebible para la disciplina psicoanalítica apropiarnos de la realidad de nuestros pacientes. El psicoanalista escucha el síntoma como producto de una mente que habla sin saber de qué; escucha la demanda sin colmarla, porque se trata de generar un descentramiento, que puede dar lugar a la emergencia de su verdad. En el mismo sentido el analista no le dice quién es y qué debe hacer, porque no lo sabe, la verdad sobre el analizante va emergiendo bajo la asociación libre en su discurso. En este encuadre, el analista hace intervenciones desde un lugar diferente del cogito cartesiano, diferente del Yo, porque éste interviene poco en nuestra práctica.
La formación del analista no se basa solo en la acumulación de los conocimientos que debe estudiar para ejercer, sino que ha de atravesar esos conceptos en su propio análisis para hacerse sujeto del Deseo. Es desde esa posición deseante que el analista puede ejercer su función, desde la cual introducir al analizante en el mundo de su Deseo. Si el psicoanalista llena de significaciones la demanda del analizante no ejercerá en la función propia de psicoanalista.
Podemos resumir afirmando que no se trata de llenar de significados al paciente reforzando al Yo. Es decir, no se trata de interpretar los procesos transferenciales, indicándole al paciente de forma razonada y pedagógica los motivos de su malestar o comportamiento. Se trata de guiarlo en la construcción de su subjetividad, y en esto no debemos representar otro Amo que posea su verdad. Por el contrario, debemos procurar que atraviese un proceso transformador de forma que al final se dé cuenta que ni el analista ni nadie posee las claves de su vida excepto él mismo, y de esta forma que pueda entrar con mirada propia en el mundo. Esa es la dirección de la cura en psicoanálisis, la que marca su ética, una ética del Deseo.